miércoles, 13 de abril de 2016

Él.


Desde chica que estaba acostumbrada a pasar mi vida entre psicólogos, psiquiatras y médicos de varias ramas. Durante años me sometí a diversos estudios hasta que por fin dieron con mi diagnostico.

(Tardaron demasiado muchachos)

La cuestión era que tenía diversas trabas psicológicas que me impedían desarrollarme en ámbitos sociales como cualquier otra persona. Mientras estaba encerrada en las cuatro paredes de mi habitación, era feliz. El problema comenzaba cuando tenía que estar en algún ámbito con otras personas.

La escuela fue el calvario más sangriento de todos para mí. Ir todos los días a un lugar lleno de gente me asfixiaba. Le tenía fobia a la gente, fobia a compartir un aula con tantos chicos, y sobre todo a tener que hablar en público. Claro que mis maestros y profesores sabían de lo que me pasaba, pero algunas veces no podía zafar.

Volver a mi casa y encerrarme en mi pieza era mi paraíso cotidiano. Allí, con mi música, mis libros y mis dibujos. Amo dibujar, es lo único que me frena la cabeza, es la única manera que encontré de dejarme fluir. Como si dibujar me permitiera poner en claro mis pensamientos.

Tenía guardadas infinitas carpetas con diversos dibujos. Algunas carpetas llevaban nombres de sentimientos, otras de personas.

Hacia 2 años que había terminado el secundario y que literalmente no salía de mi casa, a excepción de mis sesiones de terapia.

Claro que estaba medicada, pero no sé si eso servía de mucho.

El único momento en el que sentí estar mejor fue en los dos últimos años de la escuela, no por la escuela en sí, porque como dije eso para mí y mi condición era un calvario, sino por otro motivo. En ese tiempo había estado de novia por primera y única vez, había descubierto una parte de mí que no conocía y que me encantaba. Nunca había creído que alguna vez iba a poder sentirme amada, que iba a poder sentirme la mujer de alguien… Pero, como todo lo lindo en mi vida, se terminó.

Teníamos la misma edad, pero íbamos a escuelas distintas. Nos habíamos conocido en un evento intercolegial al que fui obligada.

Al terminar el secundario, él debió viajar al exterior y allí quedó todo.

Hacia más de dos años que no sabía nada de él y para ser sincera, aún no había podido olvidarlo. Sí había aprendido a vivir sin él, pero olvidarlo… No, ya lo creía (casi) imposible.

Lo más triste era que seguramente él ya había conocido a alguien mejor que yo… Como si eso fuera tan complicado.

Ya sé que en esta era es raro no saber sobre alguien con quien tuviste una relación, por la existencia de Internet y redes sociales.

Tenía redes sociales, pero todas fakes. No soportaba mostrarme a mí misma. En esos lugares encontraba gente parecida a mí y eso calmaba muchísimo mi existencia.

Al pasar tanto tiempo encerrada en mi pieza, había aprendido de manera autodidacta el inglés y eso me permitía leer en aquel idioma y comunicarme con personas de cualquier parte del mundo que hablara este idioma.

Tenía pilas de libros desde el piso hasta el techo, en español y en inglés. Mi computadora que siempre estaba sobre la cama y mi gata.

Eso era todo el mundo para mí.

Pero, aunque tenía una dificultad, era conciente de que no podía seguir “perdiendo” el tiempo, asique aunque me costara, ese año decidí inscribirme (por fin) en una carrera universitaria.

Nunca creí que elegir una carrera pudiera ser tan complicado. Demasiada presión elegir cuando sos tan chico a qué queres dedicarte durante toda tu vida. ¿No?

¡Maldito sistema!

Fue una decisión que tomé a lo largo de mis dos años sabáticos que de sabáticos no tuvieron nada, me la pasé en la maldita clínica. Me habían cambiado las dosis y los medicamentos hacia algunas semanas y hoy me tocaba comenzar la universidad.

Ese cambio de medicamentos me estaba generando un cambio de humor que no me soportaba ni yo.

Me había decidido por Genética, creía que era una carrera que podía ejercer desde mi lugar. Si bien el trabajo muchas veces era en equipo, no era necesario vivir rodeada de gente y sobre todo: no tenía que hablar delante de un grupo de personas.

Me costó demasiado decidir qué ponerme para aquel primer día, quería ir sobria. ¡No soportaba llamar la atención! Me puse un jean oscuro, con unos borregos negros. Una remera negra lisa y arriba, una camisa de jean. Me acomodé el pelo con una colita, me delineé porque era conciente de mi palidez y busqué mi mochila. También negra.

Desayuné y antes de salir de mi casa me puse los auriculares, la música me ayudaba a asilarme de la sociedad, al menos un poco.

Caminé hasta la parada de colectivos y me temblaba todo el cuerpo. Todo. Esperé allí y viajé 40 minutos, por suerte era directo y pude viajar sentada, es decir, no había demasiada gente.

Bajé de allí y caminé la media cuadra que me separaba del edificio de la universidad. Estuve en la puerta y suspiré profundamente. No tenía fuerzas para entrar, tenía miedo. No, miedo no. Tenía pánico.

Me quedé en la calle durante minutos, intentando calmar mis nervios. Intentando que mi cuerpo no temblara.

Busqué en mi mochila un ansiolítico y me lo tomé. Necesitaba hacerlo, no conocía otra forma de calmarme.

Esperé algunos otros minutos, (aunque muerta de miedo) ingresé en aquel imponente edificio.

Ahora debía llegar al aula 407. Subí las escaleras porque meterme en un ascensor era estar entre medio de mucha gente innecesariamente, y seguí las flechas que indicaban la ubicación de las aulas en el piso.

Listo, ya había localizado el aula y faltaban cinco minutos para que la clase comenzara. Tenía que entrar, porque entrar luego de que la profesora o el profesor haya entrado, iba a ser mucho peor. Demasiada atención sobre mí.

Tomé aire y sin pensarlo, ingresé, mirando el suelo. Ni siquiera quería ver la cantidad de gente que había en aquella aula. Pude notar que en el fondo había una fila vacía, asique caminé lo más rápido que pude hasta allí y me senté, tensionada como pocas veces en mi vida. En serio.

Saqué el cuaderno y la birome de la mochila, los dejé sobre el pequeño escritorio que había. Al lado el celular, era claro que iba a mirar la hora todo el tiempo. Acababa de llegar y ya quería irme.

Me animé a levantar la vista y observé el salón. Había demasiada gente. Demasiada. Todos estaban solos, o parecían estarlo. Claro, éramos todos ingresantes. Demasiados ingresantes.

Por fin llegó el profesor junto a su ayudante de cátedra. Bueno, creo que por fin, al menos así estaría segura de que su atención estaría en ellos.

En un momento de la clase, un chico levantó la mano para hacer una consulta (cosa que claramente nunca podría hacer yo) y esa voz me sonó demasiado familiar. Por un momento creí que era él, el chico que tenía una carpeta en mi casa, repleta de dibujos de nuestra relación, pero probablemente estaba alucinando.

¡Mira si va a estar acá Paula!

Sacudí mi cabeza como para cambiar de pensamiento y continué prestando atención a la clase. Prestar atención y tomar apuntes era la única manera que tenía de mantenerme distraída.

Pasaron casi dos horas reloj hasta que los profesores nos otorgaron 20 minutos de recreo. Claramente esperaría que se vaciara el aula para poder tener un rato de paz. Para poder sentirme bien, al menos en esos minutos.

Me puse mis auriculares y busqué la barrita de cereal que me había traído para comer, ya estaba sola. Suspiré aliviada.

Pero, a los segundos, alguien volvió a entrar. Ni siquiera me preocupé en levantar la vista. Lo único que me faltaba era tener que hablar con alguien. Definitivamente no.

Sentí que esa persona se acercó a mí y mi cuerpo comenzó a temblar, mis manos a sudar y mi corazón a latir a una velocidad que no me apetecía demasiado.

- ¿Pau? –Preguntó un poco sorprendido.-

Y en ese momento me animé a levantar mi vista, solo porque no podía confundirme por segunda vez.

- Sí, soy yo. –Dije muerta de miedo y quitándome los auriculares.-
- Nunca creí encontrarte en un lugar como este. ¿Estás mejor?
- Es una historia larga, pero sigo igual que siempre.
- En realidad lo noto, estás temblando.
- Me cuesta demasiado.
- ¿Puedo darte un abrazo?
- Creo que eso me haría muy bien.

Pedro sonrió y tomó mi mano, yo me levanté y los dos nos unimos en un abrazo que sinceramente no recordaba que podía tranquilizarme tanto.

- Qué lindo encontrarte acá. –Dijo y besó mi mejilla.-
- Lo mismo digo. –Respondí un poco emocionada.-
- No vas a llorar…
-Reí.- Es un día muy raro para mí.

Nos separamos un poco y él acarició mi nariz con su dedo índice.

- ¿Me puedo sentar acá con vos? –Preguntó.-
- Mmm… Sí, dale.

Él acomodó sus cosas a mi lado y nos sentamos, aún quedaba bastante de recreo. Nos contamos un poco de cómo continuaron nuestras vidas en esos dos años y a decir verdad, todos los nervios que sentía desde hace semanas (más precisamente desde que me había inscripto) habían desaparecido con él a mi lado.

Me había olvidado que él era mucho más efectivo que cualquier tipo de fármaco.

Cuando la clase terminó, él esperó junto a mí a que el tumulto de gente se desvaneciera y salimos juntos. Me acompañó por las escaleras e incluso me acompañó en el colectivo.

En la puerta de mi casa, dudé algunos segundos, pero dejé que el corazón le ganara a la razón.

- ¿Puedo invitarte a almorzar o tener algo que hacer? –Le pregunté.- En mi casa no hay nadie, por si eso te incomoda.
- Acepto.
- No sé si hay mucho para comer, pero bueno…

Los dos reímos e ingresamos en mi casa. Hicimos unos sándwiches de milanesa y luego fuimos a mi habitación.

- Aumentó bastante el patrimonio desde la última vez que vine. –Dijo riendo y mirando las pilas de libros y carpetas.-
-Reí.- Estuve dos años sin hacer nada, con algo tenía que matar el tiempo.

Y en ese momento me dí cuenta que su carpeta estaba muy a la vista.

¡La puta madre! Pensé.

- ¿Puedo verla? –Preguntó mirando la carpeta.-

Yo me encogí tímidamente de hombros y él se acercó a agarrarla. En su carpeta no solo había dibujos, sino también cartas.

Ojala la tierra me tragara en ese preciso instante.

No sé cuánto tiempo pasó sentado en mi cama revisando todo, yo solo lo observaba sentada en mi puff con mi gata sobre mis piernas.

No sabía qué podía suceder cuando se levantara de allí.

Los minutos pasaban eternos, por un lado quería que ese momento pasara rápido y por otro… quería que sea eterno.

De repente se levantó y como lo hizo muy de golpe, mi gata se asustó y se fue. Gracias por dejarme sola Michi.

Pedro no dijo nada, solo me tomó de la mano haciendo que me levante y cuando me dí cuenta, estábamos besándonos otra vez. Caminamos hasta la cama y allí caímos, él sobre mí.

Se separó un poco de mí y me sonrió.

- Tenía tanto miedo… -Dijo.-
- ¿De qué?
- De que ya no fuera parte de tu vida.
- Creo que eso nunca va a pasar Pedro, sos una parte de mí, no lo puedo evitar.
- ¿Me perdonas?
- ¿Por qué?
- Por haberte dejado tanto tiempo sola.
- Si me seguís besando, te perdono todo.

Los dos sonreímos y volvimos a besarnos, luego de unos minutos sentí sus manos queriendo quitar mi camisa de jean y accedí. Al fin y al cabo, él siempre iba a ser el único capaz de tranquilizarme.





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Historia cortita, pero espero que les guste y que comenten 😊

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